La memoria es un tobogán resbaladizo con muchas salidas. A veces el suelo bajo los pies cede, accionado por una resonancia del pasado que nos llega. Es el caso de Toru Watanabe. El protagonista de esta novela escucha una versión de Norwegian Wood de los Beatles cuando aterriza el avión en el que viaja y cae sobre los zapatos de sus dieciocho años. Esa época dorada y tenebrosa que le marcó como un escultor talla una roca. Con la insistencia de martillo que tienen las influencias personales.

Haruki Murakami (Kioto, 1949) escribe para el mundo entero. La mayoría de sus obras beben de las mismas fuentes universales. Sentimientos de incertidumbre, personajes perdidos, una melancolía latente, un hálito de espiritualidad y el jugueteo con lo mágico e imposible. No es de extrañar que su obra triunfe sin conocer fronteras. Muchas personas conviven con la sensibilidad que dota a sus personajes. Por ello ha sido reiteradamente premiado, siendo incluso eterno candidato al Nobel.

La música blues nace del lamento. Se origina en los años de esclavitud norteamericana, como desfogue de aquel dolor y miseria. No es de extrañar que Haruki titule así esta novela. Tokio blues es una novela de pérdida y relativa aceptación. Comienza con el recuerdo de los años en los que comenzaba su independencia. Ligado al tiempo, Naoko. Ella había sido la novia de su único amigo hasta entonces, Kizuki, quien decidió quitarse la vida por sorpresa y dejar a ambos desenfocados.
Naoko es el leitmotiv de Watanabe. Podría decirse que de la novela. Y es llamativo que Haruki así lo consiga, pues no está presente en todo momento. Pero su presencia, hipnótica y atractiva, parece levitar sobre Watanabe allá por donde va. Sin duda, la fuerza de esta novela son sus personajes. Como es habitual, Murakami se sirve de un abanico menor de personajes para transitar la novela. Eso nos hace identificarlos fácilmente pero sin que dejen de ser impredecibles. Todos mantienen una pátina de distancia e intromisión que impide profetizarlos. Prueba de ello podría ser el personaje más metódico de la novela, al que se le rebautiza Tropa-de-Asalto, que en determinado momento deja al lector con un interrogante que no se resuelve.
Pero como suele suceder en algunas de sus novelas, los personajes secundarios son mucho mejores que los protagonistas. En concreto, destaca como el personaje más completo y equilibrado una chica llamada Reiko que, si bien tarda en aparecer, la novela ya no tendría esa fuerza sin ella. Además, Reiko será la responsable de que esa canción de los Beatles quede grabada en la mente de Watanabe y el lector. Y es que esta novela se siente como un recuerdo de algo que no se vivió pero que estuvo ahí de alguna manera casi onírica para los lectores.
Sensaciones. Murakami es experto en dejar atmósferas con sutileza, porque su lenguaje claro y directo no previene lo que forma entre los personajes. La metáfora visual perfecta sería esa neblina tobillera que va apareciendo en cualquier camino nocturno de película. No obstante, los personajes se inclinan hacia una especie de búsqueda de serenidad interior. Esto puede chocar a priori, puesto queno suelen ser muy activos per se. Pero no transmiten estar en calma.
Aquí encontramos un mural con mixtura de sentimientos de desapego, soledad, distanciamiento con la generación a la que pertenecen, la latente importancia del sexo que no siempre sale a flote, miedos y silencios compartidos.

Cuadro de Catharine Adelaide Sparkes
Una nueva versión de Orfeo y Eurídice. Tokios Blues me pareció una revisión del mito. Todos recuerdan la parte de la leyenda en la que Orfeo desciende al Inframundo para salvar a su amada Eurídice y consigue que Hades les deje marchar a cambio de que Orfeo no la mire hasta que ambos estén plenamente bañados por la luz. Por supuesto, el final del mito es trágico. Orfeo se gira segundos antes de que estén a salvo en el exterior y la pierde para siempre. Murakami parece tomar ese esquema para su novela pero le introduce cambios. ¿Y si Eurídice cambiara de opinión y quisiera volver al Inframundo en el último minuto? ¿Y si no le convenciera la propuesta de salvación? Ese Orfeo, este Watanabe, quedarían marcados y confusos porque la lógica que seguían se ha desdibujado ante ellos. Y no siempre se conocen las razones de por qué pasan las cosas a nuestro alrededor. Parece ser esta la propuesta de Haruki Murakami con Tokio Blues. Y no puede ser más atractiva.
Arranca la novela narrando:
“Yo entonces tenía treinta y siete años y me encontraba a bordo de un Boeing 747. El gigantesco avión había iniciado el descenso atravesando unos espesos nubarrones y ahora se disponía a aterrizar en el aeropuerto de Hamburgo. La fría lluvia de noviembre teñía la tierra de gris y hacía que los mecánicos cubiertos con recios impermeables, las banderas que se erguían sobre los bajos edificios del aeropuerto, las vallas que anunciaban los BMW, todo, se asemejara al fondo de una melancólica pintura de la escuela flamenca. <<¡Vaya! ¡Otra vez en Alemania!>>, pensé.
Tras completarse el aterrizaje, se apagaron las señales de <<Prohibido fumar>> y por los altavoces del techo empezó a sonar una música ambiental. Era una interpretación ramplona de Norwegian Wood de los Beatles. La melodía me conmovió, como siempre. No. En realidad, me turbó; me produjo una emoción mucho más violenta que de costumbre.”
Disfruten del viaje, futuros lectores.
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