Existen razones para no escapar ni quedarse. Hablo de situaciones de dependencia. Los límites de un escenario que se queda pequeño pero que contiene algo a lo que nos debemos. La tarea consiste en perfilar ese punto medio. Forjar la personalidad o una imagen de cómo funcionan las cosas. Herirse, equivocarse. Pero hacerlo por voluntad. Ejercicios de albedrío que, a veces, se ejercen tarde o en direcciones opuestas a nuestros deseos. Los escenarios enrarecidos que Sara Mesa dispone en esta colección de relatos incomodan, en el buen sentido, el de la literatura activa, haciendo empatizar y no tener claro qué haría cada uno si fuese el personaje descrito.

Foto de abc.es
Sara Mesa (Madrid, 1976) conoce los engranajes de las cortas distancias narrativas. En este compendio de relatos parece extraer de una memoria real o ficticia elementos suficientes para intranquilizar.
Como espectadora de la vida, proyecta un cortometraje fugaz de algo que ha sido y seguirá siendo, al margen de la dirección que tome.
Tras el último párrafo, suele aparecer un poso en el lector que le hace reflexionar sobre qué pasaría después a los personajes que los habitan. Pero eso ya queda en el territorio de las apuestas.
Mala letra (Anagrama, 2016, aunque manejo una tercera edición de 2017) parece tener mucho de catarsis. La misma portada es una oposición a la idea de “cómo se supone que debe ser algo”. A lo largo de los once relatos que lo conforman se repiten algunos temas que van a rondar este libro.
El más destacado es la figura de la tía como epicentro del control familiar que ejerce una violencia psicológica sobre su sobrina. Es el caso de El cárabo, Palabras-piedra, o Picabueyes. Incluso en el relato Nosotros, los blancos ese papel es identificado en la propia madre con sus hijas, pero la esencia es la misma. Suelen ser figuras que desconfían de las jóvenes protagonistas, a las que atemorizan con un mundo que no les permiten experimentar, entregándoles un sentimiento de culpa y vergüenza por cosas que no han hecho, que les genera unos conflictos o incapacidades que las arrojan, precisamente, al mismo temor. Pero eso sí, ante todo esa pretensión de control surge una actitud de rebeldía o resistencia que son el motor de cada relato.
De hecho, los relatos El cárabo y Palabras-piedra están conectados, al menos así se entiende por cómo encajan los hechos y los nombres de los personajes. Arranca el libro con una imagen de la misma historia pero años más tarde (ella tiene veintidós años) y varios relatos después se cuenta la historia de esa chica durante la adolescencia. Esto supone otro elemento distintivo de Mala letra: Dos líneas temporales paralelas alrededor de un mismo hecho. Así se aprecia dentro de relatos como Nosotros, los blancos y ¿Qué nos está pasando?.
En oposición al insano dominio por parte de familiares se encuentra la idea que cuestiona cómo cierta protección bienintencionada puede tener consecuencias graves. Es decir, nos lleva al lado contrario, a la piel de los que pretenden mediar ante peligros eventuales para otros. Pero no desde la opresión, sino desde la empatía. Son los casos de los relatos Apenas unos milímetros y <<Creamy milk and crunchy chocolate>>. Aquí se rumia una y otra vez la mezcla de los sentimientos de culpa y esperanza. Una masa turbia con forma de dudas que incomoda al no saber si cabrá resolución.
La muerte, como presencia ajena que nos roza en algún momento, se señala como otro de los grandes temas, tratada en las historias que contiene Mármol, Nada nuevo y Papá es de goma. Incluso en Nosotros, los blancos ejercen como ambientación, que bien podría encajar en cualquier novela negra. Y, muy ligado a esa siniestralidad, esos relatos exaltan el misterio e incomprensión de actitudes de algunas personas, por una parte; y la evidencia del peligro que supone la soledad absoluta. De hecho, vinculando Nada nuevo, Palabras-piedra y Mustélidos se hace patente lo difícil que puede llegar a ser relacionarse con otros, conectar de verdad, y romper esa violencia del silencio que atrapa como una campana de cristal.

Foto por Alberto Revidiego
Mala letra tiene vida propia. Es gratificante leer algo que moleste, en el sentido de remover la calma interior, la falsa creencia de que todo está bajo control o puede estarlo. Un ejercicio de submarinismo literario con unos cambios de presión que ondean a medida que se avanza en la historia. Es recomendable para cualquier tipo de lector, porque parten de situaciones que alguna vez hemos atestiguado o que bien podríamos llegar a enfrentar. Agita el sentimiento de escapar en algún momento, a través de la naturaleza, la distancia, las personas o la soledad. Por lo que ayuda a saber con antelación cómo responderíamos.
Sara Mesa me ha atrapado con este volumen. En la Feria del Libro de Tomares (2019) pudimos conversar un poco y como curiosidad indicar que encontré una conexión (la relación que tiende a etiquetarse como sospechosa entre una persona mayor con un niño ajeno) entre su relato Palabras-piedra y su posterior novela Cara de pan (2018). Ella coincidió, reconociendo cómo esa idea puede que le rondara años antes de lo que recordaba. Pero esto, ya es materia para incluir en una eventual reseña de Cara de pan.
Respecto a los relatos debo destacar por encima de todos (por puro gusto personal, cabe subrayar) Papá es de goma. Me parece de una sensibilidad profunda, amable y un sentido del ritmo brillante. Me impide soltar el libro hasta conocer todo.
En esta ocasión, y en homenaje al título de esta colección de relatos, prefiero destacar unas frases recogida en el relato Mármol:
“No aprendes y no quieres aprender, me gritaba, al final vas a convertirte en una analfabeta. Cuánto me gustaría ahora –si es que aún vive- decirle a aquel maestro que a pesar de coger mal el lápiz, y con mi mala letra incluso, acabé por hacerme escritora.”
Disfruten del viaje, futuros lectores.
Deja un comentario