Inseguridad, deseos, pérdidas, sexualidad, distancias e independencia. Si existe un período de autoconocimiento y reflexión es la adolescencia. Todos los que superamos la veintena ya somos viejos testigos de ello. Ese concepto, “adolescencia”, que últimamente se alarga a través de los años, de la mano de una sociedad a la que infantilizan los medios e instituciones. ¿Es acaso Irlanda una dura mirada a paso forzado por ese camino de maduración?

Espido Freire (Bilbao, 1974) es una escritora con una mirada en reposo y una voluntad infatigable. Al menos, da esa sensación. Dos herramientas muy útiles al servicio de la narración de historias. Con tan sólo 24 años publicó Irlanda,su opera prima, con la editorial Planeta y entre elogios de crítica.
Irlanda cuenta la huella indeleble y latente que una pérdida humana puede anidar en una joven cuando aún no tiene definidos los contornos de su realidad. Cuando coexiste la magia con la razón, los cuentos con los recuerdos. Cuando aún hay un mundo por descubrir pero ya se han perdido pilares sobre los que mantener el equilibrio.
El pilar principal se llamaba Sagrario y es la fallecida hermana de Natalia, la protagonista. Natalia es una chica introvertida, ávida de meditaciones, que busca un contacto fluido con lo que le rodea, sin abandonar los espíritus ni sus refugios a la realidad. Alguien con predisposición a hacer bien las cosas para la que cualquier revés en las personas le desdibuja los límite entre lo correcto y lo cruel, sin ser consciente, como tampoco nos advierte la escritora hasta bien avanzada la trama.
Con una prosa limpia y sencilla va relatando escenas a lo largo de un verano en el que convivirá con sus primos Roberto e Irlanda, apenas mayores que ella, pero con la distancia mutante con la que se sitúan a través de los ojos de Natalia. Ella siente como cualquiera siente, agravando los que nos duele y olvidando lo que nos parece diminuto. Sólo que, con esa falta de equilibrio, sus cavilaciones no poseen los mismos parámetros que cualquier adolescente. Todo puede ser símbolos. Códigos ocultos que nos persiguen, atacan o protegen.
Sin duda, el astro rey en las relaciones entre los personajes será la carismática Irlanda. Todos orbitan de alguna manera a su alrededor, ya sea a favor o en contra. Por ello la novela lleva su nombre. Irlanda representa mucho para la protagonista, quien no mantiene en todo momento una imagen uniforme sobre su prima. Los personajes masculinos desfilan en un segundo plano, luciendo una indiferencia u ocupación que los distrae del camino de Natalia la mayor parte del tiempo.

Foto por Alberto Revidiego
No es baladí que la portada de mi edición, primera en Booket (el sello de bolsillo de Planeta), sea ilustrada con el cuadro de Edvard Munch llamado “La pubertad”. Ese cuadro de 1895 muestra a una niña, quizás ya mujer, al borde de una cama, que con gesto vergonzoso trata de cubrir su cuerpo con sus brazos, mientras mantiene una expresión de tensión y una mirada perdida. Sobre la pared, una sombra inmensa amenaza la composición a la espalda de la joven. Ella podía ser perfectamente Natalia.
Bajo mi humilde opinión, recomendaría esta obra, pero dudo que cualquiera pueda disfrutarla con la misma intensidad. Me explico. Creo que esta novela conseguiría seducir de manera más efectiva a todos aquellos que tiendan a la introspección, que manifiesten un carácter independiente, que hayan experimentado la soledad, y no me refiero a un sentimiento estrictamente negativo. A los pacientes, a los reflexivos. A los amantes de los símbolos, los rituales y el abismo. A todos ellos, opino, les puede remover por dentro. Lograrían apreciar su belleza. Sin duda, a pesar de su cercanía, no es una obra para impacientes o lectores que necesiten que se les explique todo al detalle. Pero esto, repito, es sólo mi punto de vista.
Arranca la novela narrando:
“Sagrario murió en mayo, después de tantos sufrimientos, y tuvo un entierro en el que la iglesia se abarrotó. Hubo muchas flores sobre su tumba en la primera semana, y luego nada ya.”
Disfruten del viaje, futuros lectores.
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