Una historia de Wall Street. Así subtituló el autor este pequeño relato. ¿Qué imagen nos asalta cuando pensamos en esa famosa calle neoyorkina? Dinero; actividad frenética; la Bolsa de Valores; personas pegadas a un teléfono móvil. Algunos, incluso, pensaran en suicidios. Espero que nadie se decepcione si aventuro que no encontrarán nada de eso en este libro. En primer lugar, porque fue publicado en 1853 y eso dificulta que andasen con smartphones. Y en segundo lugar, porque Melville, su autor, ambientó en el corazón del distrito financiero a un personaje que representa la negación absoluta. Un implacable ejecutor de su voluntad. Alguien que no hará nada que no desee. Lo preocupante es que apenas desea algo.

Herman Melville (Nueva York, 1819-1891) fue un escritor en tiempos de crisis. Pasó por diversos trabajos mal pagados para sobrevivir. Ninguno de ellos les permitía desarrollar sus inquietudes. (¿Cómo no empatizar con él si las nuevas generaciones estamos en las mismas en pleno 2019?). Uno de aquellos trabajos rutinarios fue el de copista en el Banco Estatal de Nueva York. Archivar, copiar y redactar documentos durante seis días a la semana en un horario que apenas le dejaba tiempo para su humilde afición: leer.
Ese fue, sin duda, el germen que le llevaría a crear Bartleby, el escribiente. Bartleby es el personaje central sin ser el protagonista. Ese papel queda reservado al anciano abogado que dirige su despacho sito en Wall Street. Un hombre tranquilo y con éxito. Alguien que buscará ampliar su plantilla ante la creciente carga de trabajo. Al anuncio responderá un tipo con una imagen “pálidamente pulcra, lastimosamente respetable, incurablemente solitaria”.
Bartleby postula al puesto, pero lo que realmente busca es un lugar en el mundo en el que estar. No vivir, ni cobijarse, ni sentirse realizado. Ni siquiera enriquecerse. Sólo estar. Y será muy eficiente en su trabajo. Pero, ¿y si decidiese mantenerse al margen de toda actividad sin abandonar el puesto de trabajo? ¿Y si no atendiese a amenazas, órdenes o súplicas?
Las palabras mágicas: “Preferiría no hacerlo”.
Todo un clásico ya en la historia de la literatura. De hecho, por citar un ejemplo, el escritor Enrique Vila-Matas tomó este personaje como referencia de lo que él denomina como el Arte del No, escritores que dejaron de escribir sin conocerse bien sus motivos, publicando en el año 2000 su obra “Bartleby y compañía”.

Pero volviendo al siglo XIX, se aprecia una relación coetánea entre este relato y el ensayo de Henry David Thoreau titulado “Desobediencia civil”, en el que instaba a ejercer una resistencia pasiva, aceptando las consecuencias, como mecanismo pacífico para combatir leyes injustas. El propio Thoreau la ejerció en 1845 al no pagar impuestos con los que el gobierno financiaba la guerra y la esclavitud. Pero ese ensayo no sería descubierto hasta 1906, mucho después de su muerte, por lo que no alcanzo a conocer si existía relación o influencia entre aquellos puntos de vista. Por otra parte, lo maravilloso de Bartleby es que no ofrece explicaciones. Todo debe extraerse de sus actos y omisiones.
Diógenes proponía en su filosofía la búsqueda de la naturaleza personal, desprendiéndose de los deseos y minimizando las necesidades. El desapego a lo mundano, propio también del budismo para evitar la infelicidad. Podríamos jugar a preguntarnos si Bartleby es un filósofo, budista o nada comparable. Otra de las vías por las que merece la pena esta narración.

Foto por Alberto Revidiego
Es un relato de corta extensión, perfecto para una tarde. En mi edición tiene 61 páginas (Austral, 4ª, 2018, edición y traducción por Eulalia Piñero). El tono de la escritura es sencillo, con humor, con ambientaciones pausadas y diálogos rápidos. Algunos de los personajes secundarios parece caricaturizados la mayor parte del tiempo, lo cual subraya el tono amable del texto, que se queda atrás en poco tiempo.
La gente no está preparada para la honestidad en bruto, aquella que prescinde de convenciones sociales sin perder los modales. Porque, si hay algo innegable en Bartleby, es su educación. Añadiría que su dominio del silencio. La mayoría de nosotros nos vemos obligados a buscar porqués a los comportamientos y hechos. A pretender que sean “como tienen que ser”. Este libro nos lleva a ese punto incómodo, en el que no sabemos cómo actuar frente al otro y su respetuosa renuncia de todo lo que consideramos necesario.
Arranca el relato narrando:
“Soy un hombre bastante mayor. La naturaleza de mis actividades durante los últimos treinta años me ha puesto en contacto, más de lo que yo hubiera imaginado, con un grupo de hombres singulares, de los cuales, hasta donde yo sé, nada se ha escrito: me refiero a los escribientes o amanuenses.”
Disfruten del viaje, futuros lectores.
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