El 14 de enero fue el aniversario del fallecimiento del representativo poeta Juan Gelman.

“Un pájaro vivía en mí.
Una flor viajaba en mi sangre.
Mi corazón era un violín.
Quise o no quise. Pero a veces
me quisieron. También a mí
me alegraban: la primavera,
las manos juntas, lo feliz.
¡Digo que el hombre debe serlo!
Aquí yace un pájaro.
Una flor.
Un violín.”
“Epitafio”
Violín y otras cuestiones (1956)
La vida de Juan Gelman fue deshojándose en sombras. No fue fácil. Tampoco doblegó su voluntad por ello. Su biografía, obra y herencia se escribió con la tinta de la lucha sempiterna contra la injusticia y el dolor, contra el mundo insostenible, auspiciado por la cordura que brinda la muerte acechante para enfrentarse a la digestión de sus constantes huellas personales de vacío y desesperación.
Lejos quedaría ese Don Juan de lacónicos once años que se incursionaría en la escritura poética para tratar de conquistar a una chica dos años mayor que él, sedimentando su inclinación al género que despertó años antes al sentirse hipnotizado musicalmente por los versos de Pushkin que su hermano le recitaba en ruso, sin amortiguador léxico para su oído bonaerense. Pero allí habitaba una chispa. La necesaria para hacerle volver. Y no se apagó en sus ochenta y tres años dedicados a la forja del verso.
Esa trayectoria, que encumbró su nombre como una de las rúbricas mayúsculas de la poesía del siglo XX, fue interrumpida funestamente en la capicúa fecha del 14 de enero de 2014. Hace cuatro días se producía el segundo aniversario de su muerte en el que afloran motivos para celebrar la vigencia de su obra, la cual sigue trascendiendo en la sensible existencia del lector. “La poesía habla al ser humano no como ser hecho, sino por hacer, le descubre espacios interiores que ignoraba tener y que por eso no tenía” diría en uno de sus discursos.
Y precisamente desde esos espacios interiores, revelados por el azar de la vida y la propia introspección del autor, amaneció su tarea poética a lo largo de los años, confluyendo por temáticas diversas y cambiantes, pues siempre fue un poeta de movimiento. Las cosas simples de a diario, el contacto humano, la naturaleza, el tango, el barrio, conformaron sus inspiraciones recogidas en los primeros libros, a la par que se buscaba un nuevo lenguaje enraizado en la oratoria cotidiana.
Se pretendía una poesía de tacto cercano, una ruptura con la poesía precedente de apariencia nerudiana, asaltar desde la anécdota, las imágenes, la paradoja y el barro en las botas. Ejemplos de ello surgen desde su obra príncipe “Violín y otras cuestiones”, la cual recibió el efusivo elogio de la crítica y compañeros.
“Te has quedado un minuto como digo,
menos solo que nunca, entre recuerdos,
entre tu vida y luego entre pañuelos,
voces y frases, tangos, cigarrillos,
esa muchacha, y luego entre ti mismo.”
Extracto de “Viendo a la gente andar”
Violín y otras cuestiones (1956)
Y por otro lado inspiraciones más intensas emanadas de su oleaje vital, como son la injusticia, el dolor, la indignación, la revolución, el exilio, la muerte, el amor, el olvido, la ausencia. Con la tragedia derramada en las venas, Juan Gelman, la persona antes que el poeta, se derrumba cien veces y otras cientos resiste estoico. Fue un activista de izquierda política durante el régimen militar argentino que tuvo que exiliarse si apreciaba la vida, con la desdicha añadida de que los militares secuestraran, torturaran e hicieran desaparecer a su hijo y nuera, embarazada ésta de la que sería su nieta. Todo en la más ingrata incertidumbre silenciada.
“Sentado al borde de una silla desfondada,
mareado, enfermo, casi vivo,
escribo versos previamente llorados
por la ciudad donde nací.”
Extracto de “Mi Buenos Aires querido”
Gotán (1962)
Tras veinticinco años de búsqueda acabaría hallando el cuerpo de su hijo y la localización de su nieta, robada para una familia estéril de un oficial del ejército. Conseguiría que se enjuiciaran algunos de los responsables de tales actos, pero ello no provocaría alegría o liberación en el pecho de Gelman. Tampoco el fin del exilio. Muchos familiares y amigos habían caído contra la dictadura. Su madre expiró en la distancia forzosa. Además, la situación en su Argentina siempre le dolió personalmente. Todo ello sólo causaría un poemario constante en el que cierra heridas o trata de comprenderlas mediante versos que gritar y versos que susurrar. “La memoria es una cajita que revuelvo sin solución” que diría en su obra “País que fue, será” (2004).
“Y alguna vez condecorarán al poeta
por usar palabras como fuego,
como sol, como esperanza
entre tanta miseria humana,
tanto dolor
sin ir más lejos.“
Extracto de “Condecoraciones”
Gotán (1962)
Su amigo y compatriota Julio Cortázar expresaría en la introducción de uno de sus libros que “acaso lo más admirable en su poesía es su casi impensable ternura allí donde más se justificaría el paroxismo del rechazo y la denuncia, su invocación de tantas sombras desde una voz que sosiega y arrulla, una permanente caricia de palabras sobre tumbas ignotas”. Y es que, para fondear en su visión, es inevitable una atención a ambos lados del camino, desarrollo artístico y biográfico, dos caras de la moneda, una misma mirada.
Los ojos curtidos de Juan Gelman reflejaron con habilidad y voz propia sus conflictos y cuestionamientos por más de veinticinco poemarios y tantas otras publicaciones, conquistando el reconocimiento internacional que quedaría reflejado en galardones como el Reina Sofía (2005) o el Cervantes (2007) como destacados entre decenas de premios.
Rescatar con ahínco a los nobles buscadores de verdades y bellezas, como Juan Gelman, es un deber colectivo de cada individuo. Su poesía zarandea nuestra calma y nos advierte de peligros, con cercanía y cariño a la palabra. En nuestra mano está alertarnos y actuar. Como el mismo sugería en uno de sus poemas, “vigilemos a ver dónde brotan sus manos, empujadas por su rabia inmortal”.
Sevilla, 20 de enero de 2016.
Alberto Revidiego