La cuestión es si parar es una utopía. En estos tiempos de frenesí continuo, en el que los ojos y dedos militan rítmicamente una fidelidad a las pantallas, ardua es la tarea de tener tiempo para uno mismo, como si de alguno de los doce trabajos de Hércules se tratase. La cotidianidad suele impedir recordar que ser egoístas frente al reloj nos hace mucho bien. Parece obvio, que con apenas tiempo propio, diurno y descansado, sea extraño que existan personas que sobrevivan en la vorágine de estos tiempos para lanzar conclusiones que nos agiten las entrañas con el escándalo y la evidencia camuflada, como si de una bola de nieve se tratase. Quizás por ello una gran mayoría podría nombrar a pensadores pretéritos y a casi ninguno actual de igual relevancia. Existen y observan a la población entre el tejido del calendario, reparando en sus síntomas y dolencias, para advertirnos de caminos erróneos o de cambios en el rostro, reflejando una ilusa sociedad desbocada sinónima a Dorian Gray.
Uno de estos pensadores es el surcoreano Byung-Chul Han, quién ha desarrollado una fértil tarea de agitación sobre los pilares del autoconocimiento social establecidos en el siglo XX. Y es que la sociedad ha cambiado, las personas no comparten los mismos hábitos y preocupaciones que hace medio siglo, inmersos en un cambio estructural del mundo, se requiere una nueva generación de reflexiones que nos guíen y cobijen de las taras del estreno.
Han maneja conceptos como cansancio, transparencia, narcisismo, autoexplotación, pornografía o neuronal para definir al mundo actual, bañado en un neoliberalismo feroz que dice suprimir “al otro”, aislándonos en un baño de positividad, de posibilidades, al que nos sometemos voluntariamente hasta el agotamiento con tal de destacar o ser reconocido. “Sé multitarea” podría ser el lema que según el filósofo nos lleva a horizontes como el fracaso, la depresión o el suicidio.

Filósofo reservado situado en el centro mediático, ha cobrado un renombre inusitado en los últimos años, constituyéndose referente desde aquella tierra de pensadores como Nietzsche, Kant, Heidegger o Habermas, entre otros. Sus reflexiones se recogen a lo largo de una decena de libros, de los cuales existen ocho ensayos traducidos al castellano, editados por Herder.
En “La sociedad del cansancio”, boom editorial de su obra, alerta de la nueva esclavitud, diseñada mediante estimulación del individuo, que consiste en autoexplotarse, aislarse del resto, sentir indiferencia y así lograr transformar a la sociedad en una máquina de rendimiento. Ya no hay enemigo externo al que enfrentarse, todo va por dentro. Por otro lado, en “La sociedad de la transparencia” traduce que es un “infierno de lo igual” en el que no hay lugar a la confianza, se retuerce el significado de libertad para acelerar todo proceso y que el individuo se entregue voluntariamente a una tarea de vigilancia, como es el caso de las redes sociales por ejemplo. “La agonía del Eros” denuncia el exhibicionismo exacerbado en la sociedad virtual, poniendo en peligro de extinción el misterio, el amor o el erotismo, transformando todo en mercancía a exponer sin uso determinado, el reinado de la apariencia, pura pornografía social.
Con seductoras temáticas, a través de “Psicopolítica”, ”La salvación de lo bello”, ”En el enjambre”, ”Filosofía del Budismo Zen” y ”El aroma del tiempo”, que constituyen el resto de interesantes obras traducidas, recorre el espíritu crítico de este autor, que de forma accesible tanto en precio, como en lenguaje y extensión (no suelen llegar a las cien páginas) ofrece ensayos reflexivos para generar despertares individuales, que salvaguarden la identidad personal y nos recuerde que la libertad también reviste la capacidad de decidir “no hacer”, aunque se pueda y se incentive a ello.
Y es que habría que repensar si entregar nuestro tiempo a cambio de velocidad y protagonismo en una sociedad de culto a la acumulación y la apariencia es un digno pacto con el diablo. Quizás pueda mejorarse, dejar la mera supervivencia. Pero para ello es necesario renunciar a cosas, decir no. Y eso requiere mucha valentía.
Sevilla, 21 de marzo de 2016.
Alberto Revidiego